La fabulosa casa del interiorista Pascua Ortega en el Ampurdán |Telva.com

2022-10-11 17:04:48 By : Mr. Carl SPO

Entramos en la fabulosa casa en el Baix Empordá de Pascua Ortega, maestro de interioristas, exquisito y enamorado de esta comarca catalana.

En un promontorio del Baix Empordá se encuentra Sant Iscle; el veinat (vecindario) donde Pascua Ortega ha transformado la antigua rectoría en su casa: "Para mí, que mis amigos la califiquen como "mi casa" es el mayor piropo, la mejor definición". Un espacio donde el maestro de decoradores crea recuerdos: "Es lo que más une"; donde recibe amigos, organiza fiestas formidables, almuerzos calmos y, también, se recrea en soledad: "Muchas veces vengo aquí solo pero estoy activo. No rezo -asegura con sorna-. Ahora tengo que ordenar mis cosas y empezar a escribir porque me siento en la obligación de contar lo que he aprendido en esta vida; es un sitio perfecto para concentrarme y organizar mi archivo".

Un lugar donde el aire circula con total libertad por puertas y ventanales abiertos con generosidad. Se sabe dueño del lugar. Baila en el jardín entre parterres de lavanda, agapantos en flor y cipreses rotundos que lo escoltan como una tropa ordenada de soldados en paz. Se mira en la piscina-alberca con agua pura del color del jade que llega del aljibe escondido y hallado durante las obras de reforma.

Una casa que Pascua heredó de sus padres; una vivienda sin edad concreta construída con piedras que, como en la corteza del árbol, delatan distintos momentos en los que se ha ido armando, al hilo de una torre atípica que esperó a que llegara el decorador para convertirla en el envoltorio impecable de piezas llegadas de todas partes, cargadas de recuerdos: "La construcción se prestaba a desarrollar distintos ambientes, épocas, tradiciones y eso es parte de mi personalidad -asegura el interiorista-, no soy sólo románico.

Los muebles no son fruto de una búsqueda exhaustiva. Muchos proceden de casa de mis abuelos en Galicia y Madrid, de Ibiza... absorbía lo que nadie quería. He salido poco a comprar cosas para aquí, aunque en el Ampurdán hay mucho derribo, mucho anticuario, mucha almoneda que me divierte visitar. Pero creo que la decoración de La Rectoría es el fruto de una vida".

Entre cómodas gigantes, cristal de Murano y sillones de diseño, hay una pieza de marcado carácter sentimental que preside el salón del piso de arriba: "Este escritorio Carlos III siempre estuvo en mi familia hasta que pasó a manos de mi padre, que lo utilizaba para guardar sus cosas y mantiene su identidad". Pero no, no sería la pieza que él salvaría de un fuego: "Salvaría mi almohada. No soy muy mitómano".

Durante los tres días que vivimos a su lado, descubrimos el Pascua genuino, el de las anécdotas hilarantes, el bon vivant que disfruta ante un buen vino y mejor cocina, el interiorista culto con alma renacentista, el orgulloso dueño de una casa, un jardín y un huerto-despensa donde crecen lechugas rizadas y acelgas despampanantes.

Su amor por el Ampurdán tiene algo de tardío pero, ya se sabe, los amores maduros llegan plenos de consistencia: "En un momento determinado el Ampurdán empezó a resurgir de su aislamiento gracias a las nuevas autopistas. Las casas antiguas comenzaron a revalorizarse y la gente de Barcelona huyó de la costa ante la invasión turística. En ese momento salieron a la venta antiguas rectorías y mi padre, que era muy culto y conocedor de la historia de esta zona, descubrió esta, y la arregló para veranear. Entonces yo era soltero y pecador, tenía mi casa en Ibiza y venía a Sant Iscle dos días al año para cumplir con la familia. Con el paso del tiempo mi padre me tentó con unos huertos y casas en ruinas al lado de la suya y me arreglé La Higuera (la vivienda vecina). Cuando decidí que ya no estaba para mucho Ibiza me empecé a entusiasmar con esa carga que tiene el Ampurdán y a recuperar amigos de infancia de Barcelona. Al morir mi madre, heredé La Rectoría y... me meti en estas aventuras".

Hoy Sant Iscle significa sensaciones y emociones: "Me encanta estéticamente y, culturalmente, me gusta la tradición que hay en la comarca en cuanto a gastronomía, protección del entorno. Además, en agosto se llena de familia; mis hermanas vienen aquí a sus casas, todo se llena de niños que ya ni sé de quién son, una locura".

Cuando tomó posesión de esta casa, removió tierras, conservó arcos, retiró portones de madera inútiles, construyó porches, calzó suelos con barro artesano y casó piezas de vidrio soplado con floreros de cerámica, esteras, cordobanes y tallas arqueológicas.

Es un lugar donde la música ambiente que surge de altavoces invisibles no compite, sino que se hace amiga de los diferentes sonidos de agua que componen las distintas fuentes del patio y jardín. Un aviso rítmico de lo que espera en el interior: el hall con su talante arquitectónico de pilares de madera, portones enormes, bustos y un aguamanil de mármol que cuenta historias de ida y vuelta: se compró en un anticuario de Barcelona, viajó a Madrid para terminar volviendo a este vestíbulo deslumbrante.

También puertas de madera marmorizada que realizó un ebanista de la zona y, años más tarde... "vino aquí su hijo y se sorprendió al encontrarlas en Sant Iscle", recuerda Pascua. Al fondo, una escultura dibuja su silueta frente a la pared de piedra.

En el comedor, el interiorista mantiene su costumbre de instalar dos mesas, aquí antagónicas: si una se rodea de sillas de enea, otra lo hace con rigurosas piezas tapizadas de cuero; ambas exhiben su centro: uno de agapantos, otro ligero y desmesurado con flores de apio, ambas procedentes del jardín, siguiendo las más tradicionales costumbres del estilo de vida británico. La luz entra suavizada para enrabietarse de repente y lanzar sus kilowatios sobre una austera chimenea que la corona un trumeau de madera cepillada.

Fuera, el patio con fuente de hierro y jazmines trepadores se convierte en comedor de verano con altos taburetes; hacia poniente el recorrido alcanza un cuarto de estar relajado iluminado, a veces, con una caja de Carlos Díaz de Bustamante...

Y así, los espacios se comunican con naturalidad: el estudio de Pascua con una biblioteca nutrida de catálogos de subastas, revistas, libros joya que hablan de China, Topkapi, retratos de infancia y, en el suelo, sillas diminutas de colección donde sus sobrinos nietos tienen prohibido sentarse.

En el piso de arriba el estilo cambia el chip: en el cuarto de estar deslumbra un sofá de damasco amarillo junto a la silla Favela diseñada por los hermanos Fernando & Humberto Campana para Edra. A pocos metros, la zona privada de Pascua con esa bañera exenta de piedra escoltada por azulejos artesanos, donde se da un baño cada tarde, antes de contemplar, desde su terraza de arriba, el paisaje de su amado Ampurdán al anochecer: "Hay días que me quedo sin habla...".

Es la hora del gin tonic antes de cenar. Pedro, el mano derecha de Pascua, el adivinador de deseos, los sirve perfectos, ni ligeros ni cargados, una ley no escrita que domina en la casa. Estamos en la terraza de la puesta de sol en su hora más poética. En el campo, compiten árboles frutales con sembrados en verde y amarillo, según le dé al agricultor; también construcciones devotas de la estética y, al fondo, el Montgri, montañas que a veces funcionan como linde natural entre el alto y el bajo Ampurdán, donde se detecta el Bisba, la figura de un obispo yacente con las manos sobre el pecho y un anillo que en realidad es el antiquísimo castillo de Montgrí. La caminata que implica acercarse a él (no se puede visitar) merece la pena por las espectaculares vistas marytierra. Hoy, de momento, nos quedamos en la terraza.

© Ediciones Cónica. Todos los derechos reservados.

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